A todo escritor, le llega su Sofía, escuché. Sofía en griego quiere decir sabiduría, es un nombre que de por sí, resuena dentro de todo aspirante a escritor.
He leído hasta el cansancio que si vas a elegir un nombre en una historia, tendría que ser significativo, y con eso aparece la pregunta de qué es significativo, para quién; la respuesta es ambigua, podría ser para la historia, para el personaje, para la trama, cosas que uno ni siquiera tiene decidido o pensado cuando elige el nombre de un personaje.
El tema del nombre Sofía, que no es lo mismo que Sofía de nombre, siempre me ha confundido, será porque todavía no me acostumbro a pensar en los nombres como tema.
Estos pensamientos surgieron cuando conocí a Sofía, hace unos días.
No es que me pareció especial, ni linda, ni interesante, sino que se llama Sofía, todas rarezas, porque en general, las mujeres me gustan porque son mujeres, aunque algunos casos parezcan desmentirlo.
Al elegir el nombre de un personaje, Sofía es el más controvertido, porque puede quedar obvio, puede quedar como a propósito, es un indicio, es una pista, no sé, que se llamara Sofía, me hundió en las más hondas cavilaciones.
Sobre todo porque la Sofía que surgió le ocurrió al autor, no al narrador o a un personaje.
Me habían advertido: a todos los autores les surge un personaje que se ajusta a una Sofía, tengan cuidado con esa elección.
Estaba tan prevenido que cuando me la presentaron: Sofía; me quedé paralizado, entre todas las posibilidades que esperaba de la aparición de mi Sofía, que formara parte de mi mundo inmediato y además real, no era una opción.
Cuando es un nombre de personaje, le pasan cosas de personaje, cosas importantes, y además es una Sofía inmortal, trascendental, porque si no para qué vas a escribir sobre una Sofía.
A la Sofía que me presentaron debo haberle parecido un tarado, porque no sólo anduve atascado con las palabras, sino que me la pasé reconcentrado, atento, esperando esa frase genial que la convertiría en mi Sofía, la que diría eso que se inmortaliza en las palabras y que formaría parte de mi arribo hacia ser escritor.
Leí “El pasado” de Alan Paul, cuya Sofía, su Sofía, es la clase de Sofía que te convierte en escritor, la clase de Sofía que buscas toda la vida. Luego está la Sofía de Jeanmaire, en “Países bajos”, que le pone marco a la historia, son Sofías hechas para perpetuarte.
Por culpa de la literatura, uno espera de una Sofía, algo extraordinario, las Sofías nacieron para reinas, en el mundo y en la literatura.
De la Sofía que me presentaron, no sé nada, se la pasó hablando, pero ahora que quise honrarla, convirtiéndola en una Sofía inolvidable, me agarró desprevenido y aunque era una Sofía ampliamente pronosticada, no estuve a la altura y no logro recordar ni una sola palabra.
Me pasó la peor de las pesadillas de un aspirante a escritor, quizás perdí para siempre la cuota de Sofía necesaria para mutar de axolotl a salamandra, irremediablemente.
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